La primera premisa para decidir la idea bajo la que el proyecto debía desarrollarse era la puesta en valor del lugar; un entorno en el que la naturaleza está presente con su grandeza y la arquitectura entabla un diálogo en voz baja, con edificaciones pequeñas y una trama urbana de trazado espontáneo que se adapta a la topografía.
La dimensión del colegio requerido, en el solar del que se disponía, podía llevar al recurso inmediato de recoger el programa bajo un prisma de varias alturas; con una solución eficaz pero ajena al paisaje.
Frente a ello, hemos trabajado para integrar un edifico de amplio programa en la escala de lo pequeño, con un proyecto extensivo, de una sola planta, adaptado a la topografía mediante el banqueo de la edificación. Huyendo de su imposición en el hábitat mediante el fraccionamiento de las cubiertas.
El resultado es una arquitectura integrada, en la que un lenguaje contemporáneo no impide su identificación con el sistema preexistente.
Lo que parece espontáneo es, por el contrario, fruto de un riguroso estudio del programa funcional. La libertad del método elegido permite la mejor respuesta. Bajo un mismo lenguaje cada parte se desarrolla según sus necesidades de soleamiento, áreas y alturas, dependencia de otras zonas o accesibilidad.
No se trata de una seriación indiscriminada sino de poner el énfasis precisamente en aquellas particularidades que necesitan de una solución específica.
Es una arquitectura de acentos, no una arquitectura de gestos.
Arquitectos: Ana Espinosa, María Espinosa, Álvaro Moreno, Marie Caire Schrammek
Colaboradores: Jesús Resino, maquetista